lunes, 11 de abril de 2011
lunes, 30 de noviembre de 2009
viernes, 20 de noviembre de 2009
Para los que no pudisteis venir
Querido amigo:
El día 15 de noviembre de 2009 nos juntamos quienes fuimos compañeros en el Calasancio en algún momento entre 1969 y 1981. Aunque no pudimos contar con tu presencia, creemos que te gustaría tener alguna reseña de nuestra reunión, principalmente porque fue divertida, primó el afecto y, sobre todo, las ganas de seguir ensanchando el grupo que fuimos. Y en todo eso sigues siendo una pieza importante.
Además, tuvimos la suerte contar con algunos profesores (Atilano, Urbano, Rafa Moliner, Sanzol, Crispín, Alconchel, Baudilio, Ángel González), poder comer allí mismo en lo que fueron nuestras aulas, pisar el patio y volver a estar en el salón de actos viendo juntos unos audiovisuales. La verdad, fue muy emocionante.
Por ello, por intentar compartir contigo también algo de estos buenos momentos, hemos preparado este blog en el que puedes ver los vídeos que compusimos para la ocasión y algunas de las fotos.
Si sabes de algún otro compañero que pudiera tener interés en todo esto, por favor, no dudes en comunicárselo ni en decirnos su dirección o forma de contactar con nosotros. Si no dispone de internet, le podríamos hacer llegar una copia en DVD.
Un abrazo, y hasta siempre.
El día 15 de noviembre de 2009 nos juntamos quienes fuimos compañeros en el Calasancio en algún momento entre 1969 y 1981. Aunque no pudimos contar con tu presencia, creemos que te gustaría tener alguna reseña de nuestra reunión, principalmente porque fue divertida, primó el afecto y, sobre todo, las ganas de seguir ensanchando el grupo que fuimos. Y en todo eso sigues siendo una pieza importante.
Además, tuvimos la suerte contar con algunos profesores (Atilano, Urbano, Rafa Moliner, Sanzol, Crispín, Alconchel, Baudilio, Ángel González), poder comer allí mismo en lo que fueron nuestras aulas, pisar el patio y volver a estar en el salón de actos viendo juntos unos audiovisuales. La verdad, fue muy emocionante.
Por ello, por intentar compartir contigo también algo de estos buenos momentos, hemos preparado este blog en el que puedes ver los vídeos que compusimos para la ocasión y algunas de las fotos.
Si sabes de algún otro compañero que pudiera tener interés en todo esto, por favor, no dudes en comunicárselo ni en decirnos su dirección o forma de contactar con nosotros. Si no dispone de internet, le podríamos hacer llegar una copia en DVD.
Un abrazo, y hasta siempre.
Recordando nuestra infancia
Este texto de Luís Antonio Sáez inspiró el segundo de los vídeos del 15N. Hace un formidable repaso de nuestra infancia.
En mayo de 1968 los jóvenes de Francia pedían que la imaginación subiera al poder, un año después, quienes subieron a la luna fueron los americanos, y al terminar ese verano, un grupo de alunados críos entraron en el Calasancio, la mayor parte de ellos para quedarse bastantes años.
No cogimos ningún cohete porque nuestros padres nos habían enseñado a no llorar y porque la inmensa aula del Hermano Rafael era ya un paraíso para cualquier niño al que se subía en fila por unas escaleras con premio de un anisillo si lo hacías callado; tampoco arrancamos adoquines (como mucho nos ahogábamos con los que rechupábamos de caramelo) porque aquel año asfaltaron el patio y desaparecieron los pedruscos, pero siempre derrochamos imaginación y tuvimos ensoñaciones estelares sobre nuestro futuro, especialmente cuando la morriña vespertina llegaba a través de unas persianas incompletas y verdosas.
Cuarenta años después, algo en nuestro interior se remueve, pues con los años hemos ido descubriendo que para que broten sentimientos, ideas y proyectos necesitamos de unas raíces fuertes, bien trabadas en muchos apoyos, de los que este colegio es uno de ellos.
La mayor parte de nosotros nació en 1964, cuando surgió el I Plan de Desarrollo y el Real Zaragoza se proclamó campeón de Copa por primera vez en su historia. Eran los años del seiscientos, de la intensa emigración del campo a la ciudad (casi todos nosotros pasaríamos largos veranos en nuestros pueblos de ascendencia), de la modernidad yeyé mezclada con el casticismo de las folklóricas. José Luis López Vázquez, Mariano Ozores, Antonio Garisa, Marisol, Paco Martínez Soria, José Sacristán, y Alfredo Landa. Muchos de ellos mostraron su valía como actores, pues de las españoladas pasaron a interpretar obras de gran valía, en un crecimiento profesional singular mientras nosotros crecíamos en estatura y neuronas.
Algunos habíamos pasado por algún colegio anterior, como las Mercedarias o el Saldaba, y confluimos en la calle Sevilla, la mayoría en la clase inmensa del Hermano Rafael, y otros pocos en la de un profesor recién licenciado, con bigote, que nos distribuyó entre grupos de leones (los listos), tigres (los intermedios) y panteras (en el que como mediocre que siempre he sido, estaba yo)
En las cartillas y cartones que nos hacían repetir los sonidos, recuerdo la RR de un avión, y la P del Papa, en la que aparecía Pablo VI, años en que los curas eran la avanzadilla social de aquel rancio país en que crecíamos…
El resto lo podéis ver en el vídeo.
En mayo de 1968 los jóvenes de Francia pedían que la imaginación subiera al poder, un año después, quienes subieron a la luna fueron los americanos, y al terminar ese verano, un grupo de alunados críos entraron en el Calasancio, la mayor parte de ellos para quedarse bastantes años.
No cogimos ningún cohete porque nuestros padres nos habían enseñado a no llorar y porque la inmensa aula del Hermano Rafael era ya un paraíso para cualquier niño al que se subía en fila por unas escaleras con premio de un anisillo si lo hacías callado; tampoco arrancamos adoquines (como mucho nos ahogábamos con los que rechupábamos de caramelo) porque aquel año asfaltaron el patio y desaparecieron los pedruscos, pero siempre derrochamos imaginación y tuvimos ensoñaciones estelares sobre nuestro futuro, especialmente cuando la morriña vespertina llegaba a través de unas persianas incompletas y verdosas.
Cuarenta años después, algo en nuestro interior se remueve, pues con los años hemos ido descubriendo que para que broten sentimientos, ideas y proyectos necesitamos de unas raíces fuertes, bien trabadas en muchos apoyos, de los que este colegio es uno de ellos.
La mayor parte de nosotros nació en 1964, cuando surgió el I Plan de Desarrollo y el Real Zaragoza se proclamó campeón de Copa por primera vez en su historia. Eran los años del seiscientos, de la intensa emigración del campo a la ciudad (casi todos nosotros pasaríamos largos veranos en nuestros pueblos de ascendencia), de la modernidad yeyé mezclada con el casticismo de las folklóricas. José Luis López Vázquez, Mariano Ozores, Antonio Garisa, Marisol, Paco Martínez Soria, José Sacristán, y Alfredo Landa. Muchos de ellos mostraron su valía como actores, pues de las españoladas pasaron a interpretar obras de gran valía, en un crecimiento profesional singular mientras nosotros crecíamos en estatura y neuronas.
Algunos habíamos pasado por algún colegio anterior, como las Mercedarias o el Saldaba, y confluimos en la calle Sevilla, la mayoría en la clase inmensa del Hermano Rafael, y otros pocos en la de un profesor recién licenciado, con bigote, que nos distribuyó entre grupos de leones (los listos), tigres (los intermedios) y panteras (en el que como mediocre que siempre he sido, estaba yo)
En las cartillas y cartones que nos hacían repetir los sonidos, recuerdo la RR de un avión, y la P del Papa, en la que aparecía Pablo VI, años en que los curas eran la avanzadilla social de aquel rancio país en que crecíamos…
El resto lo podéis ver en el vídeo.
La historia que nos tocó vivir
Estas palabras salieron del puño y letra de Luís Antonio Sáez y sirvieron de texto para el primero de los vídeos del 15N. Con ellas nos cuenta la historia que nos tocó vivir.
Volver la vista atrás implica muchas historias. Las imágenes que suelen acompañar fechas y sucesos de nuestra etapa calasancia se decoloran y se recomponen según recuerdos muy peculiares, no siempre buenos, aunque siempre edulcorados porque, simplemente, que ya es mucho, teníamos una vida por delante.
Esa esperanza en el futuro era algo que compartía mucha gente en 1964, cuando España seguía siendo diferente, un lugar exótico a los ojos de hispanófilos, turistas y Avas Gadners, pero que empezaba a despuntar como lo hacen ahora los países emergentes. Nacimos con el I Plan de Desarrollo diseñado por tecnócratas, y el Zaragoza ganaba su primera Copa del Rey. Durante aquellos sesenta los polígonos de Cogullada, la carretera de Logroño y la más alejada Malpica se llenaban de fábricas, al igual que los Magníficos fabricaban muchos y buenos goles en una Romareda en la que había una localidad de Infantil que algunos empezábamos a pisar.
Cuando entramos en el cole, en el 69, al actual Rey lo acababa de designar su sucesor un anciano que detrás de su fragilidad y el movimiento aleatorio de su parkinson en los discursos de Navidad escondía una dureza de corazón grande, que no le impidió sancionar con caligrafía rotunda algunas penas de muerte, unos años más tarde, cuando ya éramos capaces de discernir el mal del bien, porque nos había dado la comunión el Padre Sanzol, aquel que llevaba una ikurriña recién legalizada en el bolsillo. De manera que cuando Don José Luis Peña nos hacía leer el periódico, seleccionar y resumir noticias (hoy en día trabajo de universitarios de doble licenciatura) veíamos que a los españoles en Europa nos desechaban, que todavía resolvíamos nuestros conflictos de manera incivilizada. Al poco murió aquel nefasto jefe de Estado, y nos dieron 3 o 4 días de luto a principios de sexto de la EGB. Ya en cuarto, nos había adelantado las vacaciones de Navidad porque los criminales de ETA habían asesinado a su delfín, Carrero Blanco.
Con aquellas muertes, y decenas de atentados de intransigentes de todo signo, sumadas a las huelgas de la crisis económica, el mundo de los mayores nos parecía bastante gris. Pero algunos guiños de ese cambiante tiempo, como unos partidos políticos recién nacidos con pegatinas brillantes, lemas musicales y credibilidad para creer en la utopía y reformar el mundo, nos atraían, igual que el papel cuché de las recién legalizadas revistas verdes, con mujeres de formas sinuosas que apenas habíamos sabido que existían. Era una forma un tanto clandestina y aparentemente contradictoria de entrar en la adultez, con las fotos pornos disimuladas debajo de colchones, y el carnet de la Joven Guardia Roja o del PSA escondidos camuflado en el Lázaro Carreter o en un Concilio del Vaticano II. Pero era una forma sincera, llena de idealismo por la nueva etapa social, porque parecía que podíamos tener un papel activo en ese cambio, y porque aquellas mujeres que desconocíamos en un colegio “sólo de chicos” nos despertaban una curiosidad controlada, en la que solía primar el sentimiento y, sobre todo, la desesperación de no ligar a pesar de pagar sus fantas y nuestros “medios”.
En aquel tiempo, hacerse mayor era un objetivo, una meta clara. No existía el síndrome del Peter Pan que hoy enfermiza a gente de treintaytantos. Por eso, bastantes en octavo optaron por un camino más directo de acceso al trabajo como aprendices en tiendas y talleres, o a una FP que habilitara pronto a encontrarlo. Otros siguieron con el BUP, pensando no tanto en ser ejecutivos o triunfadores, sino fundamentalmente en tener opción a una educación y a una institución crítica y reflexiva como la universidad, que la mayoría de sus padres no habían tenido la oportunidad de plantearse. De manera que en nuestra adolescencia, por supuesto que había que ser machotes y tipos duros, vacilones y lo que se terciara para divertirse, pero eso sólo el fin de semana y fuera de casa; de lunes a viernes, el prestigio venía de estudiar, hincar codos, saltar potros y subir espalderas. No podíamos echar por la borda el esfuerzo de nuestros padres, pero sobre todo, y de ninguna manera, sus ilusiones que ellos, niños de la guerra u oscura postguerra, nunca tuvieron.
En esa transición personal que es la adolescencia, y en esa adolescencia política que fue la Transición, cambiamos mucho y cambió el país. Se pudo votar, la mili empezaba a poder ser evitada y algunos fueron (fuimos) de los primeros objetores. Europa ya no era una utopía, sino una etapa a punto de ser culminada. El escenario de nuestro pueblo de verano cálido pero rancio y caciquil como referencia básica se desparramaba ante una Europa abierta, multiétnica, multilingüe, a la que, sin que nadie nos hubiera preparado ni mentalizado, nos tocaba afrontar.
Pero en ese recorrido, a inicios de los ochenta, también llegaba nuestra penúltima estación calasancia (creo que nunca llegaremos a la última, “Salve José los cánticos”), el Intercou. Hasta entonces, las chicas eran un espectro sin lugar en lo cotidiano, al menos para los más pasmados. Algunos sabían que existían los fines de semana, pero muchos no las descubrimos hasta que fuimos a hacer el COU (incluso nos casamos con aquella chica que allí conocimos). Un poquito antes, casi al salir del Calasancio, en tercero de BUP, un tipo raro con un sombrero estrambótico de tres picos y bigote intentó detener el tren del futuro, pero fue arrollado por la libertad y le dejaron privado de ella por un tiempo. Ya nadie podía detener aquel tren, que tenía muchos vagones, y cuya energía la consumía con gran vigor nuestra generación, a punto de ser mayor.
Creo que ese convoy aún está en marcha y esta mañana llega a los 45, cercano al medio siglo, tal vez a mitad de todo. En cada compartimento y en cada asiento han viajado distintas ilusiones, reconociendo diferentes realidades por paisajes vitales que cada uno ha traqueteado como ha podido. Pero sin darnos cuenta, compartimos gran parte de los ambientes y escenarios, el punto de salida y muchas de las más emocionantes etapas del principio, en las que se templa el carácter y se toman referencias para hacer camino al andar.
Lo bueno es que, aunque hoy transitamos cada uno por diferentes lugares con enrevesados trayectos pocas veces coincidentes, conservamos muchas historias en común que no sólo se encierran en el pasado, en la historia de este país y de esta ciudad, de este patio y de este colegio, sino que son semilla y brote, y nos impulsan a un futuro más emocionante, compartiendo afectos, compromiso y esfuerzos con piedad y letras.
Volver la vista atrás implica muchas historias. Las imágenes que suelen acompañar fechas y sucesos de nuestra etapa calasancia se decoloran y se recomponen según recuerdos muy peculiares, no siempre buenos, aunque siempre edulcorados porque, simplemente, que ya es mucho, teníamos una vida por delante.
Esa esperanza en el futuro era algo que compartía mucha gente en 1964, cuando España seguía siendo diferente, un lugar exótico a los ojos de hispanófilos, turistas y Avas Gadners, pero que empezaba a despuntar como lo hacen ahora los países emergentes. Nacimos con el I Plan de Desarrollo diseñado por tecnócratas, y el Zaragoza ganaba su primera Copa del Rey. Durante aquellos sesenta los polígonos de Cogullada, la carretera de Logroño y la más alejada Malpica se llenaban de fábricas, al igual que los Magníficos fabricaban muchos y buenos goles en una Romareda en la que había una localidad de Infantil que algunos empezábamos a pisar.
Cuando entramos en el cole, en el 69, al actual Rey lo acababa de designar su sucesor un anciano que detrás de su fragilidad y el movimiento aleatorio de su parkinson en los discursos de Navidad escondía una dureza de corazón grande, que no le impidió sancionar con caligrafía rotunda algunas penas de muerte, unos años más tarde, cuando ya éramos capaces de discernir el mal del bien, porque nos había dado la comunión el Padre Sanzol, aquel que llevaba una ikurriña recién legalizada en el bolsillo. De manera que cuando Don José Luis Peña nos hacía leer el periódico, seleccionar y resumir noticias (hoy en día trabajo de universitarios de doble licenciatura) veíamos que a los españoles en Europa nos desechaban, que todavía resolvíamos nuestros conflictos de manera incivilizada. Al poco murió aquel nefasto jefe de Estado, y nos dieron 3 o 4 días de luto a principios de sexto de la EGB. Ya en cuarto, nos había adelantado las vacaciones de Navidad porque los criminales de ETA habían asesinado a su delfín, Carrero Blanco.
Con aquellas muertes, y decenas de atentados de intransigentes de todo signo, sumadas a las huelgas de la crisis económica, el mundo de los mayores nos parecía bastante gris. Pero algunos guiños de ese cambiante tiempo, como unos partidos políticos recién nacidos con pegatinas brillantes, lemas musicales y credibilidad para creer en la utopía y reformar el mundo, nos atraían, igual que el papel cuché de las recién legalizadas revistas verdes, con mujeres de formas sinuosas que apenas habíamos sabido que existían. Era una forma un tanto clandestina y aparentemente contradictoria de entrar en la adultez, con las fotos pornos disimuladas debajo de colchones, y el carnet de la Joven Guardia Roja o del PSA escondidos camuflado en el Lázaro Carreter o en un Concilio del Vaticano II. Pero era una forma sincera, llena de idealismo por la nueva etapa social, porque parecía que podíamos tener un papel activo en ese cambio, y porque aquellas mujeres que desconocíamos en un colegio “sólo de chicos” nos despertaban una curiosidad controlada, en la que solía primar el sentimiento y, sobre todo, la desesperación de no ligar a pesar de pagar sus fantas y nuestros “medios”.
En aquel tiempo, hacerse mayor era un objetivo, una meta clara. No existía el síndrome del Peter Pan que hoy enfermiza a gente de treintaytantos. Por eso, bastantes en octavo optaron por un camino más directo de acceso al trabajo como aprendices en tiendas y talleres, o a una FP que habilitara pronto a encontrarlo. Otros siguieron con el BUP, pensando no tanto en ser ejecutivos o triunfadores, sino fundamentalmente en tener opción a una educación y a una institución crítica y reflexiva como la universidad, que la mayoría de sus padres no habían tenido la oportunidad de plantearse. De manera que en nuestra adolescencia, por supuesto que había que ser machotes y tipos duros, vacilones y lo que se terciara para divertirse, pero eso sólo el fin de semana y fuera de casa; de lunes a viernes, el prestigio venía de estudiar, hincar codos, saltar potros y subir espalderas. No podíamos echar por la borda el esfuerzo de nuestros padres, pero sobre todo, y de ninguna manera, sus ilusiones que ellos, niños de la guerra u oscura postguerra, nunca tuvieron.
En esa transición personal que es la adolescencia, y en esa adolescencia política que fue la Transición, cambiamos mucho y cambió el país. Se pudo votar, la mili empezaba a poder ser evitada y algunos fueron (fuimos) de los primeros objetores. Europa ya no era una utopía, sino una etapa a punto de ser culminada. El escenario de nuestro pueblo de verano cálido pero rancio y caciquil como referencia básica se desparramaba ante una Europa abierta, multiétnica, multilingüe, a la que, sin que nadie nos hubiera preparado ni mentalizado, nos tocaba afrontar.
Pero en ese recorrido, a inicios de los ochenta, también llegaba nuestra penúltima estación calasancia (creo que nunca llegaremos a la última, “Salve José los cánticos”), el Intercou. Hasta entonces, las chicas eran un espectro sin lugar en lo cotidiano, al menos para los más pasmados. Algunos sabían que existían los fines de semana, pero muchos no las descubrimos hasta que fuimos a hacer el COU (incluso nos casamos con aquella chica que allí conocimos). Un poquito antes, casi al salir del Calasancio, en tercero de BUP, un tipo raro con un sombrero estrambótico de tres picos y bigote intentó detener el tren del futuro, pero fue arrollado por la libertad y le dejaron privado de ella por un tiempo. Ya nadie podía detener aquel tren, que tenía muchos vagones, y cuya energía la consumía con gran vigor nuestra generación, a punto de ser mayor.
Creo que ese convoy aún está en marcha y esta mañana llega a los 45, cercano al medio siglo, tal vez a mitad de todo. En cada compartimento y en cada asiento han viajado distintas ilusiones, reconociendo diferentes realidades por paisajes vitales que cada uno ha traqueteado como ha podido. Pero sin darnos cuenta, compartimos gran parte de los ambientes y escenarios, el punto de salida y muchas de las más emocionantes etapas del principio, en las que se templa el carácter y se toman referencias para hacer camino al andar.
Lo bueno es que, aunque hoy transitamos cada uno por diferentes lugares con enrevesados trayectos pocas veces coincidentes, conservamos muchas historias en común que no sólo se encierran en el pasado, en la historia de este país y de esta ciudad, de este patio y de este colegio, sino que son semilla y brote, y nos impulsan a un futuro más emocionante, compartiendo afectos, compromiso y esfuerzos con piedad y letras.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Discurso del 15-Nov-2009
Este es el discurso de José Luís Belloc, con el que comenzó el acto académico.
Buenos días a todos,
Cuarenta años han pasado desde que pisamos el colegio Calasancio de Zaragoza por primera vez. Muchos no recordamos aquel día en el que entre sollozos dejamos a nuestros padres para empezar un largo camino. Sin embargo, sí recordamos y añoramos los años de Infantil y los primeros cursos de la EGB: años de risas, juegos, amistades…En cierto modo, creo que todos querríamos volver a ellos
Cuando ingresamos en el Calasancio nunca pensamos que el tiempo transcurriría tan rápido, nunca pensamos que en él pasaríamos quizá los mejores años de nuestras vidas. La ilusión de empezar una nueva experiencia, los nuevos amigos, los nuevos retos. Todo ello ayudó a que el tiempo literalmente volara, a que preocupados por el examen del día o la clase importante, a veces no nos diéramos cuenta de que avanzábamos inexorablemente hacia el final de una etapa importante de nuestras vidas y que de ella dependía nuestro futuro, el cual forjamos día a día en estas aulas, en estos pasillos, en este salón de actos.
Con nuestros compañeros vivimos situaciones de todo tipo. De ellos recordaremos con cariño las cenas y fiestas, las siestas furtivas al fondo de clase, las famosas notitas, las convivencias y excursiones, las carreras para llegar al baño en el recreo, las celebraciones de San Jose de Calasanz todos los 27 de Noviembre. Entre muchos de nosotros se forjó una estrecha amistad que traspasó los muros de este colegio y que ha ayudado a hacernos guardar un buen recuerdo de aquellos años.
Hace más de doscientos años el filósofo Kant dijo: “Tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”. Desde los profesores de infantil hasta los de BUP, todos ellos realizaron la loable tarea de educarnos y formarnos, no sólo intelectualmente sino también como personas. Nos transmitieron una serie de valores, los suyos propios y los de la Escuela Pía, que nos acompañan durante toda nuestra vida.
Nuestro paso por esta casa no sólo nos dejó las lecciones aprendidas en las aulas, nos llevamos mucho más que eso: los amigos, los profesores, las decepciones, las tristezas, las alegrías, los éxitos, los fracasos, los recuerdos de horas interminables de estudio. Fueron años maravillosos en los cuales aprendimos mucho más que matemáticas, literatura o ciencias naturales. Aprendimos a ser personas, a valorar las cosas, a que éstas tengan sentido.
Al reencontrarnos por unos momentos volvemos a sentirnos alumnos, adolescentes y eso nos aligera el alma y nos permite estar en un tono festivo y distendido. Os invito a descubrir o reconocer esto que nos aflora cuando nos reunimos... esto que nos hace sonreir tan sinceramente. Cerremos los ojos, respiremos profundo y con una o ambas manos en el corazón exhalemos lentamente el aire de nuestros pulmones y preguntémonos "qué es esto que siento hoy que me hace feliz..." donde estaba escondida esta sensación...grabémosla, recordémoslo para que nos acompañe día a día y lo podamos compartir con quienes nos rodean
No puedo terminar estas palabras sin antes agradecer, en nombre de todos los que hoy nos hemos reunido aquí y de aquellos que no han podido hacerlo, a la Dirección del Centro por las facilidades prestadas para organizar este encuentro y a los profesores que amablemente han acudido a nuestra llamada para disfrutar de un día que espero sea inolvidable para todos.
Por último, debo darles las gracias a las principales personas que pudieron hacer este momento posible, aquellos que creyeron que la opción escolapia y en concreto el colegio Calasancio era lo mejor para nuestro futuro: nuestros padres. Sin ellos no estaríamos aquí.
Os deseo lo mejor a todos.
Feliz día y muchas gracias.
Buenos días a todos,
Cuarenta años han pasado desde que pisamos el colegio Calasancio de Zaragoza por primera vez. Muchos no recordamos aquel día en el que entre sollozos dejamos a nuestros padres para empezar un largo camino. Sin embargo, sí recordamos y añoramos los años de Infantil y los primeros cursos de la EGB: años de risas, juegos, amistades…En cierto modo, creo que todos querríamos volver a ellos
Cuando ingresamos en el Calasancio nunca pensamos que el tiempo transcurriría tan rápido, nunca pensamos que en él pasaríamos quizá los mejores años de nuestras vidas. La ilusión de empezar una nueva experiencia, los nuevos amigos, los nuevos retos. Todo ello ayudó a que el tiempo literalmente volara, a que preocupados por el examen del día o la clase importante, a veces no nos diéramos cuenta de que avanzábamos inexorablemente hacia el final de una etapa importante de nuestras vidas y que de ella dependía nuestro futuro, el cual forjamos día a día en estas aulas, en estos pasillos, en este salón de actos.
Con nuestros compañeros vivimos situaciones de todo tipo. De ellos recordaremos con cariño las cenas y fiestas, las siestas furtivas al fondo de clase, las famosas notitas, las convivencias y excursiones, las carreras para llegar al baño en el recreo, las celebraciones de San Jose de Calasanz todos los 27 de Noviembre. Entre muchos de nosotros se forjó una estrecha amistad que traspasó los muros de este colegio y que ha ayudado a hacernos guardar un buen recuerdo de aquellos años.
Hace más de doscientos años el filósofo Kant dijo: “Tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”. Desde los profesores de infantil hasta los de BUP, todos ellos realizaron la loable tarea de educarnos y formarnos, no sólo intelectualmente sino también como personas. Nos transmitieron una serie de valores, los suyos propios y los de la Escuela Pía, que nos acompañan durante toda nuestra vida.
Nuestro paso por esta casa no sólo nos dejó las lecciones aprendidas en las aulas, nos llevamos mucho más que eso: los amigos, los profesores, las decepciones, las tristezas, las alegrías, los éxitos, los fracasos, los recuerdos de horas interminables de estudio. Fueron años maravillosos en los cuales aprendimos mucho más que matemáticas, literatura o ciencias naturales. Aprendimos a ser personas, a valorar las cosas, a que éstas tengan sentido.
Al reencontrarnos por unos momentos volvemos a sentirnos alumnos, adolescentes y eso nos aligera el alma y nos permite estar en un tono festivo y distendido. Os invito a descubrir o reconocer esto que nos aflora cuando nos reunimos... esto que nos hace sonreir tan sinceramente. Cerremos los ojos, respiremos profundo y con una o ambas manos en el corazón exhalemos lentamente el aire de nuestros pulmones y preguntémonos "qué es esto que siento hoy que me hace feliz..." donde estaba escondida esta sensación...grabémosla, recordémoslo para que nos acompañe día a día y lo podamos compartir con quienes nos rodean
No puedo terminar estas palabras sin antes agradecer, en nombre de todos los que hoy nos hemos reunido aquí y de aquellos que no han podido hacerlo, a la Dirección del Centro por las facilidades prestadas para organizar este encuentro y a los profesores que amablemente han acudido a nuestra llamada para disfrutar de un día que espero sea inolvidable para todos.
Por último, debo darles las gracias a las principales personas que pudieron hacer este momento posible, aquellos que creyeron que la opción escolapia y en concreto el colegio Calasancio era lo mejor para nuestro futuro: nuestros padres. Sin ellos no estaríamos aquí.
Os deseo lo mejor a todos.
Feliz día y muchas gracias.
La verdadera historia del 15N
Momentos muy felices se vivieron el 15 de noviembre de 2009. Sin embargo, tras los muros del colegio se esconde la historia real.
Si deseas descubrirla, pulsa aquí para ver una presentación en Power Point.
Si deseas descubrirla, pulsa aquí para ver una presentación en Power Point.
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